MI LIBRO


EL EXORCISTA. MÁS ALLÁ DE LA PELÍCULA

                                                                
Autor: José J. Morales
Género: Ensayo
Páginas: 386
Edición: Tapa blanda con solapas
Editorial: SoldeSol
Publicación: Enero 2021
ISBN: 978-84-122591-9-3
Precio: 14,95€
Contacto: www.elexorcista.es / info@elexorcista.es
Sinópsis: Hace 47 años que estrenaron El Exorcista, pero… ¿Conoces la historia real que inspiró a William Peter Blatty para escribir su novela?, ¿sabes qué pasó con el tráiler promocional?, ¿te has percatado de la simbología y su significado?, ¿te enteraste de lo sucedido durante el rodaje?, ¿o del impacto que tuvo en la sociedad de aquel momento? Y lo más importante, ¿por qué da tanto miedo?

En un viaje por el filme podrás explorar las partes que se omitieron del guion original, la diferencia entre sus distintas versiones, anécdotas y reflexiones de los protagonistas, imágenes y mensajes ocultos…

Si quieres descubrir todos estos secretos y muchos más, no dudes en leer este libro. Jamás volverás a ver la película de la misma manera.

INTRODUCCIÓN



    Desde un punto de vista físico o moral el género de terror es una práctica tentadora, atractiva y segura. Las sensaciones que genera en los individuos es una respuesta lógica y cultural ante amenazas o riegos inminentes. Los personajes creados con papel y tinta o, quienes están detrás de la pantalla, se atreven a penetrar en la oscuridad y caminar errantes por un mundo que no comprenden. Son los encargados de estimularnos esa hormona que aumenta la presión sanguínea y el ritmo cardiaco. ¡Qué agradable confort experimentamos cuando los malos ratos los pasan otros! Frente a ese nerviosismo siempre es gratificante saber que podemos cerrar los ojos, salir del cine o cambiar el canal de la televisión (El sur, 2019). Aunque ese bienestar solo es efectivo si sufrimos un poco.

De alguna manera el terror ficticio contribuye a vivir una «experiencia mortal». Es como una mini-defunción, un efímero clímax, un orgasmo al revés o un éxtasis oscuro. La ansiedad y el miedo son componentes innatos en las personas, fruto de un instinto longevo de supervivencia. El espectador se identifica con la representación, sintiendo una mezcla de agrado e incomodidad. 

El miedo y el dolor siempre han estado presentes en la existencia del ser humano. Nos ponen en alerta frente a amenazas. El terror produce cambios físicos como el aumento del ritmo cardiaco, la sudoración, la tensión, la dilatación de las pupilas, etc. Pero la particularidad más llamativa es la ausencia de un peligro real, pues el organismo reacciona de la misma manera frente a estímulos imaginarios, reales o provocados por la propia ficción. Una persona puede estar aterrorizada viendo una película, aunque sepa de antemano que no es verdad lo que está pasando.

Es importante establecer una diferencia en el cine de miedo. Los filmes de este género pueden diferenciarse en dos grandes grupos: las obras que atemorizan a «golpe de percepción», como por ejemplo una entidad que cruza por delante de la cámara o un grito repentino. Todos estos componentes están hechos para conseguir una reacción inmediata en el público. El otro colectivo funciona diferente, inoculando una idea predeterminada en la mente del espectador con el propósito de absorber todos esos miedos y quedárselos para uno mismo, aun después de haber visto la cinta.

El 28 de diciembre de 1895, los hermanos Lumière llevaron a cabo la primera proyección cinematográfica comercial, en El Salón Indien du Grand Café. Utilizaron su gran invento: el cinematógrafo. Aquella máquina logró filmar y exhibir imágenes en movimiento. Bien es cierto que ya se habían creado aparatos como el Zoopraxiscopio o Kinetoscopio capaces de captar representaciones con movimiento. No obstante, hasta que los hermanos Lumière no abrieron un salón presentando su invento, no hubo «público» visionando una película. Ese 28 de diciembre se proyectaron diez cortometrajes, entre los cuales destacaron La Sortie de l’usine Lumière à Lyon y L’arrivée d’un Train, ambos de los Lumière. Al año siguiente se estrenó el primer metraje de terror: Le Manoir du Diable. Se trataba de un cortometraje de unos 3 minutos de duración, creado por Georges Méliès. A partir de ahí el cine se transformó en una herramienta capaz de plasmar los rasgos de las sociedades del tiempo al que pertenecían (Ramírez López, 2019). Georges Méliès, asistente en aquella representación de los hermanos Lumière, quedó tan fascinado con el evento que instauró un estudio de filmación en la ciudad de Montreuil-sous-Bois —Francia—. Durante su breve trayectoria cinematográfica, rodó multitud de películas con tramas fantásticas. De este modo se convirtió en el creador del género de ficción.

En cuanto al cine de terror, ha ido pasando por diferentes etapas a lo largo de su historia, evolucionando y adaptándose a cada contexto social.

El expresionismo alemán fue un episodio cinematográfico con un método fotográfico y decorativo muy concreto. La obra más significativa de este movimiento vino de la mano de F. W. Murnau, llamada Nosferatu. Fue filmada en 1922 y a día de hoy es un emblema en el género de terror. Las temáticas empleadas por los expresionistas estuvieron ligadas a la cultura y la sociedad alemana. Los monstruos, la simbología y las metáforas eran un fiel reflejo de una Alemania melancólica, lúgubre y angustiada, consecuencia de la posguerra. Además, las leyendas y los mitos que acompañaban al río Rin marcaron para siempre el país[1].

Los monstruos cinematográficos del expresionismo están lejos de la sociedad cotidiana, son ajenos a lo humano y anhelan devastar todo el sistema. Estas criaturas son el mal absoluto y personalizado y solo pueden ser derrotados por unas fuerzas del bien definitivas y poderosas.

Tras el Crack bursátil de 1929, el mundo estaba muy asustado con la idea de que pudiera estallar la guerra más atroz de la historia. El temor que había en el subconsciente de la ciudadanía se hacía patente en las pantallas americanas. Los antagonistas provenían de otras galaxias y el mal se singularizaba por ser algo abstracto que acechaba a la sociedad. Los americanos siempre situaron las contiendas lejos de su territorio, aislando el horror y el caos en la otra parte del atlántico.

En 1931 aparece la obra de Tod Browning, Drácula. Este título impulsa el clasicismo hollywoodiense y abre una década que podríamos denominar como «edad de oro» en el terror. El cine se transforma en el entretenimiento más importante dentro de las masas y, por ende, en el ocio popular. El Doctor Frankenstein producida en 1931 y La Novia de Frankenstein realizada cuatro años después, ambos metrajes dirigidos por James Whale, fueron el alma del horror clásico. El hecho de crear una criatura viva a partir de otras partes humanas puede interpretarse como una crítica social a los avances tecnológicos que empezaban a emerger: «la máquina creada por el hombre pasa a ser su propio creador... Desafío prometeico de la ciencia que se vuelve contra el mismo científico... Ese doble amigable o terrorífico es a la vez testigo y límite de la potencia humana». La industria empieza una etapa de organización artística y económica donde se establece el género canónico cinematográfico, exponiendo cuadros narrativos más elocuentes y empleando sistemas de valores universales (Cansino, 2005).

Entre 1940 y 1960, el poder alusivo y metafórico de los monstruos se desvanece y las proyecciones reiterativas son una constante, exterminando cualquier atisbo de identidad de esta categoría cinematográfica.

El clasicismo abarca hasta 1954, con la irrupción del filme de Roy Ruth, El Fantasma de la Calle Morgue. Las características del periodo clásico casi desaparecieron en esta película, exhibiendo sin rodeos un origen del mal distinto; aquí los poderes malignos no son extrínsecos a la sociedad sino que están escondidos en la comunidad humana, con la apariencia de un ser de carne y hueso. Personajes neuróticos, psicóticos y otra serie de perturbados mentales, asolan las mentes de los espectadores y nos acercan cada vez más a la categoría thriller (Cansino, 2005). Los creadores más influyentes Jean Renoir, Orson Welles, etc. desaprueban el sistema industrial y deciden seguir otra línea artística. El cambio más contundente llega acompañado de movimientos como Free Cinema, en Inglaterra, Cinema Novo, en Brasil y Nouvelle Vague, en Francia, donde el valor más cotizado es la juventud y artistas como Marlon Brando y James Dean aparecen en escena (Molina, 2013).

El posclasicismo abarca aproximadamente de 1957 hasta 1965. La industria cinematográfica americana permite la incursión del cine europeo. Ahora el mal convive con nosotros y así lo atestiguan obras como Drácula (1958) o La Maldición de Frankenstein (1957). Por otro lado, otras cintas como La Caída de la Casa Usher (1960), de Roger Corman o La Obsesión (1962), de Edgar Allan Poe, también dejaron un poso en aquellos tiempos. Asimismo, hay que destacar el papel tan relevante que tuvo Alfred Hitchcock con su emblemática película, Psicosis (1960).

Los contenidos sexuales empiezan a hacerse notar como práctica del mal y los antagonistas se empiezan a diluir en entidades intangibles u otro tipo de criaturas abstractas. Un ejemplo que ilustra perfectamente esta idea son Los Pájaros (1963), de Hitchcock, donde la vorágine carece de origen y causa, disgregado en continuas ofensivas por una multitud de aves. Desde estos años hasta la mitad de los setenta aparecen nuevas singularidades en el cine con el director Román Polansky como máximo baluarte.

A finales de los setenta vemos cómo la maldad se ha adueñado de todo y los seres humanos son los auténticos responsables. La vileza y el sufrimiento nacen de las vísceras de un mundo humano dispuesto a las peores crueldades. El mal ya no es algo externo. Sobre este respecto podemos destacar la trilogía de Roman Polanky: Repulsión (1965), El Baile de los Vampiros (1967) y La Semilla del Diablo (1968). Lo que hace especial a estos tres filmes es la sensación confusa de locura y realidad en los protagonistas. Se juega con el público trasladándole esa incertidumbre. El espectador no tiene claro qué está pasando y duda si lo que está ocurriendo es producto de la demencia de los personajes o realmente es que hay una entidad maléfica acechando (Cansino, 2005).

Desde 1978, la industria plantea un nuevo enfoque en las salas. Todos los elementos que forman parte de la esfera cinematográfica se modifican: la promoción, la producción, el consumo, la creación y la distribución. El contexto social de finales de los setenta y durante toda la década de los ochenta pone de manifiesto la crudeza visual, las imágenes sangrientas y los asesinatos con efectos sonoros y visuales realmente frenéticos. Algunos ejemplos son: La Noche de Halloween (1978), Vestida para Matar (1980), Posesión Infernal (1981), Pesadilla en Elm Street (1984), La Mosca (1986) y El Silencio de los Corderos (1991). En este periodo ya se hace gala del gore, exhibiéndose auténticos baños de sangre y casquería.

El género de terror ha ido cambiando con el paso del tiempo, desde aquellos monstruos lejanos a la sociedad y que desafiaban a la humanidad hasta personajes perversos, integrados en nuestro entorno. Otro tipo de terror más moderno nace de los dogmas religiosos y los miedos internos, como las entidades malignas y los seres sobrenaturales, donde el mal es un elemento intrínseco que forma parte de este mundo.

La historia del cine de terror está repleta de seres sobrenaturales, monstruos, alienígenas, criaturas del más allá, etc. Sin embargo, nada nos entretiene más que las entidades demoníacas (Penner, Jay Schneider, & Duncan, 2008). Y si entramos a explorar este terreno hay una representación que destaca sobre el resto: El Exorcista.

La obra de Friedkin representa un riesgo maligno en la evolución del terror, poniendo en boga la «época demoniaca», las entidades espirituales y los exorcismos. Un ente diabólico camuflado e integrado entre las personas, con un pensamiento maquiavélico que pervierte de una manera extrema los principios morales.

Fue la primera pieza de terror que logró un verdadero éxito de taquilla, ejerciendo una potente influencia en el desarrollo venidero del género y en su acogida por parte de los espectadores. Jamás una cinta de miedo había dispuesto de tantos recursos publicitarios antes de su inauguración, ni se habían difundido tantas historias sobre los problemas durante su producción, ni se había envuelto en tantas conjeturas referentes al por qué hacían horas de cola para ver algo que ocasionaba desmayos, vómitos y hasta psicosis temporal. Según su escritor William Peter Blatty, «hubo una respuesta poderosa y emocional. Si era positiva o negativa no importaba. Estabas vivo durante esas dos horas» (Kermode, 1998). Por más que se intente, es imposible que pase inadvertida la trascendencia cultural de esta obra. Traspasó todas las barreras normativas de aquel momento relacionadas con la exhibición en pantalla. Durante un espacio de tiempo se apoderó de los titulares de los diarios americanos en pleno altercado de Watergate, dio lugar a un notable aumento de la cantidad de posesiones «reales» que se habían denunciado y, parafraseando a William Paul, «instauró el asco como entretenimiento de masas para el público generalizado» (Penner, Jay Schneider, & Duncan, 2008).

Que un largometraje tan transgresor irrumpiese en aquel momento supuso un fuerte impacto en la sociedad, además de explicar buena parte de su éxito. Por otro lado, la década de los setenta también contó con obras como La Noche de Halloween (1978) y Tiburón (1975), causando un cierto revuelo mediático, aunque nada comparable con la cinta de Friedkin. Aun así, la fama no puede deberse a una década donde la población ni tenía la mentalidad, ni estaba acostumbrada a este tipo de cine. El hecho de provocar carreras a la parroquia más cercana para confesarse y todas las circunstancias que la rodearon, nos advierte de que hay algo extraño que subyace en el celuloide y conviene tomarse muy en serio. 

En los años siguientes fueron saliendo secuelas y precuelas de la obra: El Exorcista II: El Hereje, El Exorcista III, El Exorcista. El Comienzo y El Exorcista. El Comienzo. La Versión Prohibida. Todas ellas notablemente inferiores a la primera parte. Asimismo, estrenaron otras películas que trataban el tema de las entidades malignas, como Abby (1974), Amityville II: The Possession (1982), Witchboard (Juego diabólico) (1986) y la exitosa obra de Scott Derrickson, El Exorcismo de Emily Rose (2005), mezclando las posesiones demoníacas con un litigio de carácter médico. En el caso de Abby, la productora Warner Bros interpuso una demanda por haber plagiado El Exorcista.

Otras derivadas fueron las historias de espíritus que iban pasando de un cuerpo a otro. Algunos ejemplos podemos encontrarlos en Socker, 100 000 Voltios de Terror (1989), Viernes 13. El Final: Jason va al Infierno (1993) y Fallen (1998).

Parodiada, criticada, elogiada, e incluso censurada, El Exorcista sigue siendo en nuestros días una obra de culto del cine de terror (Martínez Zuluaga, 2016). Pero, ¿por qué se considera «la película más terrorífica de todos los tiempos»? ¿Cómo ha logrado esa trascendencia? ¿Se trata de un relato genial, una recopilación de técnicas cinematográficas pioneras en aquel momento, o una creación que escapa de lo racional?

Con este ensayo lo que se pretende es dar respuesta a todas esas preguntas en sus diversos capítulos y apartados. Para ello, se indagará en la historia que inspiró a Willliam Peter Blatty para escribir su novela, cotejando las informaciones de ese momento. Se analizarán toda la película, viendo las diferencias con el guion original y apoyándose en la novela para aclarar algunas cuestiones. Se verá el impacto que tuvo su estreno en la sociedad, se explorarán sus aspectos promocionales, se interpretará la simbología y las metáforas de algunas secuencias y se averiguará qué sucedió durante el rodaje. En definitiva, se ahondarán en todos aquellos aspectos que rodearon la obra, con el fin de esclarecer su hilo argumental, conocer su origen y tener conciencia de lo que supuso en el cine de terror y en la sociedad de aquel momento. El objetivo es que el lector tenga una visión completamente diferente del filme[2] después de haber leído este libro[3].

Booktrailer - El Exorcista. Más allá de la película


Web Oficial



[1] Nosferatu es uno de los grandes títulos que representa el simbolismo, la metáfora y el surrealismo, traspasando la barrera del cine mudo de terror. Clásico en blanco y negro de la historia del cine. Imagen sacada de la película Nosferatu (1960).

[2] En la década de los sesenta también hubo obras memorables como Psicosis (1960) y Los Pájaros (1963), de Alfred Hitchcock, Repulsión (1965) o La Semilla del Diablo (1968), de Roman Polanski. Y en 1968 se estrenó La Noche de los Muertos Vivientes, de George A. Romero.

[3] Este libro es un estudio de la película El Exorcista. La metodología está basada en una investigación documental. Para ello se extraerá información de libros, artículos, revistas, webs, documentales o cualquier otro material bibliográfico/cinematográfico que aporte información relevante. La idea es explorar los aspectos más importantes de la obra y todo lo que la rodeó, extrayendo conclusiones que reflejen los aspectos más importantes y dotando al lector de un conocimiento inédito del filme.

Para hacer un análisis pormenorizado es imprescindible revelar información de la cinta, por este motivo se recomienda haber visto la película antes de leer este libro.


Reseña de "Angelitos negros", de R.R. López

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