EL EXORCISTA. MÁS ALLÁ DE LA PELÍCULA
En un viaje por el filme podrás explorar las partes que se
omitieron del guion original, la diferencia entre sus distintas versiones,
anécdotas y reflexiones de los protagonistas, imágenes y mensajes ocultos…
Si quieres descubrir todos estos secretos y muchos más, no
dudes en leer este libro. Jamás volverás a ver la película de la misma manera.
INTRODUCCIÓN
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Desde un punto de vista
físico o moral el género de terror es una práctica tentadora, atractiva y segura.
Las sensaciones que genera en los individuos es una respuesta lógica y cultural
ante amenazas o riegos inminentes. Los personajes creados con papel y tinta o,
quienes están detrás de la pantalla, se atreven a penetrar en la oscuridad y
caminar errantes por un mundo que no comprenden. Son los encargados de
estimularnos esa hormona que aumenta la presión sanguínea y el ritmo cardiaco.
¡Qué agradable confort experimentamos cuando los malos ratos los pasan otros!
Frente a ese nerviosismo siempre es gratificante saber que podemos cerrar los
ojos, salir del cine o cambiar el canal de la televisión (El sur, 2019). Aunque
ese bienestar solo es efectivo si sufrimos un poco.
De alguna manera el terror ficticio contribuye a vivir una «experiencia
mortal». Es como una mini-defunción, un efímero clímax, un orgasmo al revés o
un éxtasis oscuro. La ansiedad y el miedo son componentes innatos en las
personas, fruto de un instinto longevo de supervivencia. El espectador se
identifica con la representación, sintiendo una mezcla de agrado e
incomodidad.
El miedo y el dolor siempre han estado presentes en la existencia del
ser humano. Nos ponen en alerta frente a amenazas. El terror produce cambios
físicos como el aumento del ritmo cardiaco, la sudoración, la tensión, la
dilatación de las pupilas, etc. Pero la particularidad más llamativa es la
ausencia de un peligro real, pues el organismo reacciona de la misma manera
frente a estímulos imaginarios, reales o provocados por la propia ficción. Una
persona puede estar aterrorizada viendo una película, aunque sepa de antemano
que no es verdad lo que está pasando.
Es importante establecer una diferencia en el cine de miedo. Los filmes
de este género pueden diferenciarse en dos grandes grupos: las obras que
atemorizan a «golpe de percepción», como por ejemplo una entidad que cruza por
delante de la cámara o un grito repentino. Todos estos componentes están hechos
para conseguir una reacción inmediata en el público. El otro colectivo funciona
diferente, inoculando una idea predeterminada en la mente del espectador con el
propósito de absorber todos esos miedos y quedárselos para uno mismo, aun
después de haber visto la cinta.
El
28 de diciembre de 1895, los hermanos Lumière llevaron a cabo la primera proyección
cinematográfica comercial, en El Salón
Indien du Grand Café. Utilizaron su gran invento: el cinematógrafo. Aquella
máquina logró filmar y exhibir imágenes en movimiento. Bien es cierto que ya se
habían creado aparatos como el Zoopraxiscopio
o Kinetoscopio capaces de captar
representaciones con movimiento. No obstante, hasta que los hermanos Lumière no
abrieron un salón presentando su invento, no hubo «público» visionando una
película. Ese 28 de diciembre se proyectaron diez cortometrajes, entre los
cuales destacaron La Sortie de l’usine
Lumière à Lyon y L’arrivée d’un Train,
ambos de los Lumière. Al año siguiente se estrenó el primer metraje de terror: Le Manoir du Diable. Se trataba de un
cortometraje de unos 3 minutos de duración, creado por Georges Méliès. A partir
de ahí el cine se transformó en una herramienta capaz de plasmar los rasgos de
las sociedades del tiempo al que pertenecían
En
cuanto al cine de terror, ha ido pasando por diferentes etapas a lo largo de su
historia, evolucionando y adaptándose a cada contexto social.
El
expresionismo alemán fue un episodio cinematográfico con un método fotográfico
y decorativo muy concreto. La obra más significativa de este movimiento vino de
la mano de F. W. Murnau, llamada Nosferatu.
Fue filmada en 1922 y a día de hoy es un emblema en el género de terror. Las
temáticas empleadas por los expresionistas estuvieron ligadas a la cultura y la
sociedad alemana. Los monstruos, la simbología y las metáforas
Los
monstruos cinematográficos del expresionismo están lejos de la sociedad
cotidiana, son ajenos a lo humano y anhelan devastar todo el sistema. Estas
criaturas son el mal absoluto y personalizado y solo pueden ser derrotados por
unas fuerzas del bien definitivas y poderosas.
Tras
el Crack bursátil de 1929, el mundo estaba muy asustado con la idea de que
pudiera estallar la guerra más atroz de la historia. El temor que había en el
subconsciente de la ciudadanía se hacía patente en las pantallas americanas.
Los antagonistas provenían de otras galaxias y el mal se singularizaba por ser
algo abstracto que acechaba a la sociedad. Los americanos siempre situaron las
contiendas lejos de su territorio, aislando el horror y el caos en la otra
parte del atlántico.
En
1931 aparece la obra de Tod Browning, Drácula.
Este título impulsa el clasicismo hollywoodiense y abre una década que
podríamos denominar como «edad de oro» en el terror. El cine se transforma en
el entretenimiento más importante dentro de las masas y, por ende, en el ocio
popular. El Doctor Frankenstein
producida en 1931 y La Novia de
Frankenstein realizada cuatro años después, ambos metrajes dirigidos por
James Whale, fueron el alma del horror clásico. El hecho de crear una criatura
viva a partir de otras partes humanas puede interpretarse como una crítica
social a los avances tecnológicos que empezaban a emerger: «la máquina creada por el hombre pasa a ser
su propio creador... Desafío prometeico de la ciencia que se vuelve contra el
mismo científico... Ese doble amigable o terrorífico es a la vez testigo y
límite de la potencia humana». La industria empieza una etapa de
organización artística y económica donde se establece el género canónico
cinematográfico, exponiendo cuadros narrativos más elocuentes y empleando
sistemas de valores universales
Entre
1940 y 1960, el poder alusivo y metafórico de los monstruos se desvanece y las
proyecciones reiterativas son una constante, exterminando cualquier atisbo de
identidad de esta categoría cinematográfica.
El
clasicismo abarca hasta 1954, con la irrupción del filme de Roy Ruth, El Fantasma de la Calle Morgue. Las
características del periodo clásico casi desaparecieron en esta película,
exhibiendo sin rodeos un origen del mal distinto; aquí los poderes malignos no
son extrínsecos a la sociedad sino que están escondidos en la comunidad humana,
con la apariencia de un ser de carne y hueso. Personajes neuróticos, psicóticos
y otra serie de perturbados mentales, asolan las mentes de los espectadores y
nos acercan cada vez más a la categoría thriller
El
posclasicismo abarca aproximadamente de 1957 hasta 1965. La industria cinematográfica
americana permite la incursión del cine europeo. Ahora el mal convive con
nosotros y así lo atestiguan obras como Drácula
(1958) o La Maldición de Frankenstein
(1957). Por otro lado, otras cintas como La Caída de la Casa Usher (1960), de Roger Corman o La Obsesión (1962), de Edgar Allan Poe,
también dejaron un poso en aquellos tiempos. Asimismo, hay que destacar el
papel tan relevante que tuvo Alfred Hitchcock con su emblemática película, Psicosis (1960).
Los
contenidos sexuales empiezan a hacerse notar como práctica del mal y los antagonistas
se empiezan a diluir en entidades intangibles u otro tipo de criaturas
abstractas. Un ejemplo que ilustra perfectamente esta idea son Los Pájaros (1963), de Hitchcock, donde
la vorágine carece de origen y causa, disgregado en continuas ofensivas por una
multitud de aves. Desde estos años hasta la mitad de los setenta aparecen
nuevas singularidades en el cine con el director Román Polansky como máximo
baluarte.
A
finales de los setenta vemos cómo la maldad se ha adueñado de todo y los seres
humanos son los auténticos responsables. La vileza y el sufrimiento nacen de
las vísceras de un mundo humano dispuesto a las peores crueldades. El mal ya no
es algo externo. Sobre este respecto podemos destacar la trilogía de Roman
Polanky: Repulsión (1965), El Baile de los Vampiros (1967) y La Semilla del Diablo (1968). Lo que
hace especial a estos tres filmes es la sensación confusa de locura y realidad
en los protagonistas. Se juega con el público trasladándole esa incertidumbre.
El espectador no tiene claro qué está pasando y duda si lo que está ocurriendo
es producto de la demencia de los personajes o realmente es que hay una entidad
maléfica acechando
Desde
1978, la industria plantea un nuevo enfoque en las salas. Todos los elementos
que forman parte de la esfera cinematográfica se modifican: la promoción, la
producción, el consumo, la creación y la distribución. El contexto social de
finales de los setenta y durante toda la década de los ochenta pone de manifiesto
la crudeza visual, las imágenes sangrientas y los asesinatos con efectos
sonoros y visuales realmente frenéticos. Algunos ejemplos son: La Noche de Halloween (1978), Vestida para
Matar (1980), Posesión Infernal (1981), Pesadilla en Elm Street (1984), La
Mosca (1986) y El Silencio de los
Corderos (1991). En este periodo ya se hace gala del gore, exhibiéndose auténticos
baños de sangre y casquería.
El
género de terror ha ido cambiando con el paso del tiempo, desde aquellos monstruos
lejanos a la sociedad y que desafiaban a la humanidad hasta personajes
perversos, integrados en nuestro entorno. Otro tipo de terror más moderno nace
de los dogmas religiosos y los miedos internos, como las entidades malignas y
los seres sobrenaturales, donde el mal es un elemento intrínseco que forma
parte de este mundo.
La historia del cine de terror está repleta de seres sobrenaturales,
monstruos, alienígenas, criaturas del más allá, etc. Sin embargo, nada nos
entretiene más que las entidades demoníacas
La
obra de Friedkin representa un riesgo maligno en la evolución del terror, poniendo
en boga la «época demoniaca», las entidades espirituales y los exorcismos. Un
ente diabólico camuflado e integrado entre las personas, con un pensamiento
maquiavélico que pervierte de una manera extrema los principios morales.
Fue la primera pieza de terror que logró un verdadero éxito de taquilla,
ejerciendo una potente influencia en el desarrollo venidero del género y en su
acogida por parte de los espectadores. Jamás una cinta de miedo había dispuesto
de tantos recursos publicitarios antes de su inauguración, ni se habían
difundido tantas historias sobre los problemas durante su producción, ni se
había envuelto en tantas conjeturas referentes al por qué hacían horas de cola
para ver algo que ocasionaba desmayos, vómitos y hasta psicosis temporal. Según
su escritor William Peter Blatty, «hubo una respuesta poderosa y emocional. Si
era positiva o negativa no importaba. Estabas vivo durante esas dos horas»
(Kermode, 1998). Por más que se intente, es imposible que pase inadvertida la
trascendencia cultural de esta obra. Traspasó todas las barreras normativas de
aquel momento relacionadas con la exhibición en pantalla. Durante un espacio de
tiempo se apoderó de los titulares de los diarios americanos en pleno altercado
de Watergate, dio lugar a un notable aumento de la cantidad de posesiones
«reales» que se habían denunciado y, parafraseando a William Paul, «instauró el
asco como entretenimiento de masas para el público generalizado»
Que un largometraje tan transgresor irrumpiese en aquel momento supuso
un fuerte impacto en la sociedad, además de explicar buena parte de su éxito.
Por otro lado, la década de los setenta también contó con obras como La
Noche de Halloween (1978) y Tiburón (1975), causando un cierto
revuelo mediático, aunque nada comparable con la cinta de Friedkin. Aun así, la
fama no puede deberse a una década donde la población ni tenía la mentalidad,
ni estaba acostumbrada a este tipo de cine. El hecho de provocar carreras a la
parroquia más cercana para confesarse y todas las circunstancias que la
rodearon, nos advierte de que hay algo extraño que subyace en el celuloide y
conviene tomarse muy en serio.
En los años siguientes fueron saliendo secuelas y precuelas de la obra: El
Exorcista II: El Hereje, El Exorcista III, El Exorcista. El Comienzo y El
Exorcista. El Comienzo. La Versión Prohibida. Todas ellas notablemente
inferiores a la primera parte. Asimismo, estrenaron otras películas que
trataban el tema de las entidades malignas, como Abby (1974), Amityville II:
The Possession (1982), Witchboard (Juego diabólico) (1986) y la exitosa
obra de Scott Derrickson, El Exorcismo de Emily Rose (2005), mezclando
las posesiones demoníacas con un litigio de carácter médico. En el caso de Abby,
la productora Warner Bros interpuso una demanda por haber plagiado El
Exorcista.
Otras derivadas fueron las historias de espíritus que iban pasando de un
cuerpo a otro. Algunos ejemplos podemos encontrarlos en Socker, 100 000
Voltios de Terror (1989), Viernes 13. El Final: Jason va al Infierno (1993) y
Fallen (1998).
Parodiada, criticada, elogiada, e incluso censurada, El Exorcista sigue siendo en nuestros
días una obra de culto del cine de terror
Con este ensayo lo que se pretende es dar respuesta a todas esas preguntas en sus diversos capítulos y apartados. Para ello, se indagará en la historia que inspiró a Willliam Peter Blatty para escribir su novela, cotejando las informaciones de ese momento. Se analizarán toda la película, viendo las diferencias con el guion original y apoyándose en la novela para aclarar algunas cuestiones. Se verá el impacto que tuvo su estreno en la sociedad, se explorarán sus aspectos promocionales, se interpretará la simbología y las metáforas de algunas secuencias y se averiguará qué sucedió durante el rodaje. En definitiva, se ahondarán en todos aquellos aspectos que rodearon la obra, con el fin de esclarecer su hilo argumental, conocer su origen y tener conciencia de lo que supuso en el cine de terror y en la sociedad de aquel momento. El objetivo es que el lector tenga una visión completamente diferente del filme[2] después de haber leído este libro[3].
Booktrailer - El Exorcista. Más allá de la película
[1] Nosferatu es uno de los grandes títulos
que representa el simbolismo, la metáfora y el surrealismo, traspasando la
barrera del cine mudo de terror. Clásico en blanco y negro de la historia del
cine. Imagen sacada de la película Nosferatu
(1960).
[2] En la década de
los sesenta también hubo obras memorables como Psicosis (1960) y Los Pájaros
(1963), de Alfred Hitchcock, Repulsión
(1965) o La Semilla del Diablo (1968),
de Roman Polanski. Y en 1968 se estrenó La
Noche de los Muertos Vivientes, de George A. Romero.
[3]
Este libro
es un estudio de la película El Exorcista.
La metodología está basada en una investigación documental. Para ello se
extraerá información de libros, artículos, revistas, webs, documentales o
cualquier otro material bibliográfico/cinematográfico que aporte información
relevante. La idea es explorar los aspectos más importantes de la obra y todo
lo que la rodeó, extrayendo conclusiones que reflejen los aspectos más
importantes y dotando al lector de un conocimiento inédito del filme.
Para hacer un análisis
pormenorizado es imprescindible revelar información de la cinta, por este
motivo se recomienda haber visto la película antes de leer este libro.