Bram y Fiona Lawson se acaban de separar de forma civilizada y comparten, en turnos semanales, la custodia de los dos hijos que tienen en común, además de la gran casa que compraron tiempo atrás. Una mañana, Fiona se encuentra con un camión de mudanzas delante de su propiedad: al parecer, una pareja acaba de comprar su casa. Imposible, ella no la ha puesto a la venta.
Al mismo tiempo, Bram y sus hijos han desaparecido sin dejar rastro y la única pregunta que obsesivamente repiquetea en la mente de Fiona es: ¿por qué?
RESEÑA
La historia no puede comenzar mejor; al llegar a casa, Fiona descubre que la han vendido. Y, además, su marido ha desaparecido y no da señales de vida.
Huelga decir que la narrativa del libro es ágil, fluida, con mucho diálogo.
La autora no se pierde con grandes descripciones ni tampoco usa una retórica rimbombante. El tamaño de la fuente es grande, con un interlineado bastante generoso. Todo apunta a una lectura rápida y amena, pero NO. A pesar de todo lo mencionado, la trama está plagada de relleno. En mi opinión, y tirando por lo bajo, al libro le sobran entre 150 y 200 páginas.
Después del shock inicial al descubrir que han vendido su domicilio, la historia de Fiona se desinfla como un globo, con situaciones que no aportan nada y diálogos irrelevantes. Solamente la parte de Bram “salva mínimamente los muebles”, aun habiendo muchos fragmentos insustanciales.
El desenlace es potente. El problema es que, cuando has llegado hasta ahí, estás tan hasta los huevos de leer relleno, que lo único que te apetece es acabarlo de una maldita vez y dejarlo apilado en ese montón de novelas que “no volverás a releer jamás”.
Mi recomendación es la siguiente: si te llama la atención y te apetece embarcarte con esta lectura, espérate a que saquen la edición de bolsillo o búscalo en Wallapop. Te saldrá más barato.
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